La historia de Ana…

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Ella se llama Ana María pero todo el mundo le dice Ana. Su mamá está acostumbrada a seguir viéndola como la pequeña de casa. Le llama Anita, su niñita traviesa, la que siempre reía, la que siempre la recibía con un abrazo tierno cada vez que llegaba del trabajo cansada.

Ese abrazo revitalizador era su gloria, y lo que la cargaba de energías para empezar su segunda gran faena del día: las tareas del hogar. Sumaba a ello el dejar planchado y tendido el uniforme que al día siguiente utilizaría Anita para ir a la escuela.

Su padre también palpitaba de emoción con la alegría que irradiaba, aunque era más serio y sus demostraciones de afecto eran más medidas, también la adoraba y Anita sentía lo mismo por él. A ella sólo le parecía que su padre era un poco controlador. Sus reclamos así lo hacían ver: que si las niñas juegan con niñas y muñecas, no con niños; que si las niñas no juegan pelota, mejor apuntarla en clases de baile; que si la saya que tiene puesta está muy corta, qué pensarán de ella; que si las niñas no salen solas, la calle no es un lugar seguro; etc.

Por suerte, abuela y abuelo siempre estaban ahí para mediar ante las restricciones que se le imponían. No por gusto, eran sus guardianes, los que ella llamaba todo el rato sin cansarse «los requetemejores abus del mundo».

Con el tiempo, Anita fue creciendo, seguía siendo la pequeña de la casa pese a que ya era notable que estaba casi a las puertas de la juventud. Sus diversiones transitarían de juegos de barbies entre amiguitas a invitaciones de fiestas nocturnas con lxs amigxs hasta llevar a casa al primer novio. Con el tiempo también tendría que despedirse de muchas cosas: tocó hacerlo de sus abus para siempre, de su pasión por la pelota, de los besos matutinos a mamá y papá, de su vivacidad y hasta un poco de ella misma.

Anita desde hace mucho se convirtió en Ana. La madre de una niña preciosa a la que adora, la esposa de un hombre del que se enamoró casi a primera vista y que la hizo la mujer más feliz sobre la tierra el día que le pidió matrimonio.

Ella de Psicología y él de Derecho. Ambos se conocieron en una fiesta de la Universidad de La Habana y la atracción fue mutua al instante. Un amigo en común los presentó, luego una cosa llevó a la otra, entre el baile, el ambiente y el alcohol.

Ellos se querían, ante sus amistades eran la pareja perfecta pero a veces tenían problemas como todas las parejas. Él a veces se ponía violento pero para Ana, esto era pasajero, intentaba excusarlo bajo la frase «él tiene su carácter, todos tenemos nuestro carácter». Cuando se mudaron a vivir juntos, a veces discutían y él tiraba alguna cosa al suelo con la intención de hacerla callar cuando la discusión se ponía intensa. Para ella no pasaba nada, «todas las relaciones tienen sus diferencias» y ellos seguían enamorados.

Ana también amaba su profesión y a ello se dedicaría con todas sus fuerzas hasta que nació la pequeña de casa, a la que llamó María, como su mamá. Cuando supo que estaba embarazada fue como recibir un regalo, lo que tanto esperaba. Pasados 9 meses, nació María, luego pasarían 12 meses más en los que asumiría la licencia de maternidad por un año, para cuidar a la niña. Pero ese tiempo terminaría postergándose.

El esposo comenzó a trabajar como abogado para una firma internacional y no veía razón alguna por la que ella tuviese que trabajar porque, según él: «con mi salario es suficiente para mantenernos, ¿no ves que el salario tuyo no representa absolutamente nada? No tiene sentido que pierdas tu tiempo trabajando mientras puedes estar en casa dedicándole el tiempo completo a María». Ella se opuso a esto y empezó a trabajar pero luego la salud de la niña se vino abajo y abría que dedicarle tiempo de cuidados, tiempos que el padre no estaba dispuesto a sacrificar.

Poco a poco Ana se vio alejándose de su vida profesional y ocupándose de ser madre a tiempo completo. Después vendría lo peor. Cada vez que llegaba el esposo del trabajo era un insulto tras otro hacia ella por diversas razones: porque no le gustaba la comida, o porque la casa estaba sucia, o porque ella cada vez se mostraba menos interesada en hacer el amor con él, o porque le reclamaba en qué se gastaba el dinero que él le daba, al fin de cuentas, «él era quien mantenía la casa» y se lo recordaba todos los días.

De insultos repetidos, él pasó a los golpes y a las amenazas, algunas de estas últimas eran de muerte. Ana se fue marchitando hasta un punto en que ya ni ella misma se reconocía. Un día él llegó tan borracho a casa que ella le gritó furiosa porque había despertado a la niña y esta lloraba sin parar. En un ataque de ira y descontrol él le fue arriba con todo; fueron golpes, patadas, le arrojó todo lo que tenía a su alcance, ni la pequeña lámpara de la sala salió invicta. Quedó inconsciente y rota, por dentro y por fuera. 

Ella nunca antes se había quejado porque le daba vergüenza que sus padres la vieran así, porque tenía miedo de que él la matase o le pasara algo a la niña. Temía también que, como abogado, pudiera crear una artimaña en su contra si intentaba denunciar, ya eso él le había advertido.

El amor se fue apagando hasta que desapareció y casi por poco a Ana la mata su esposo, pero no fue así. Esta historia no tiene un final trágico ni fatal porque esta no es la verdadera historia Ana, esta puede ser la historia de cualquier mujer que ha sido víctima de violencia de género. Los matices no son absolutos, sólo son un referente de historias diversas pero en nada se pretende que abarquen las distintas formas de expresión, ámbitos y prácticas concretas de este problema social.

Este ejemplo viene a poner un nombre a todas las víctimas de esta lacra, para visualizar los relatos que se esconden detrás de las vidas rotas, algunas no recuperadas porque han dejado de existir.

En Cuba, la violencia de género es una problemática que no ha merecido toda la atención que requiere y las cifras poco han ayudado a la visibilización del problema. En este sentido, merece la pena destacar las estadísticas recientes anunciadas este año en un Informe nacional ofrecido a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), sobre cómo se afronta la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. En el mismo se ofrecen datos  sobre la tasa de femicidios* en 2016.

«El número de muerte ocasionadas por su pareja o expareja han disminuido entre el 2013 y 2016 en un 33,0 por ciento. En este último año la tasa de femicidios fue de 0,99 por 100 000 habitantes de la población femenina de 15 años y más». (Informe voluntario de Cuba, 2019, p. 64)

Aunque resulta una novedad que se den a conocer estas cifras en un país en el que poco se conoce de casos específicos de agresiones contra la mujer, su publicación no es suficiente si tenemos en cuenta que: no es un dato que ha sido argumentado de forma sistemática; no se profundiza en cómo se determinaron estas cifras; se utiliza una categoría que ni siquiera se encuentra amparada en el marco regulatorio jurídico-penal del país.

Hacen falta muchos esfuerzos y no sólo el de mostrar los datos de la cantidad de víctimas, también debe concentrarse en normativas, procedimientos, acciones y la preparación de las autoridades responsables en atender los casos de violencia de género.

Un gran logro se verá cuando ya no existan víctimas… Confío en que llegará el día en que historias como la de Ana, nunca más se repitan.

*Femicidios: Marcela Lagarde lo propone como ‘feminicidio’. Según la autora, femicidio sólo significa el homicidio de mujeres y oculta la verdadera implicación social del asesinato de mujeres por parte de los hombres, de ahí a que proponga como voz de mayores connotaciones el «feminicidio», calificándolo como “conjunto de violaciones a los derechos humanos de las mujeres que contienen los crímenes y las desapariciones de las mujeres (…) es el genocidio contra mujeres y sucede cuando las condiciones históricas generan prácticas sociales que permiten atentados violentos contra la integridad, la salud, las libertades y la vida de niñas y mujeres” (Lagarde, 2008, p. 216).

Referencias bibliográficas

Lagarde, M. (2008). Antropología, feminismo y política: violencia feminicida y derechos humanos de las mujeres. México: Universidad Autónoma de México (UNAM).


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