
Despierto y me siento sobre la cama. Pongo los pies sobre el suelo y el tacto de la agradable frialdad de la losa en mis pies me termina de dar el empujón que necesito para, de una vez, levantarme. No demoro en incorporarme, asearme y ubicarme en ese sitio tan reconfortante que me aguarda en el sofá de la sala. Me acomodo con el portátil encima, lo enciendo pero me quedo pensando, con la vista perdida justo en lo que hay detrás de mi ventana.
No es una vista resplandeciente lo que se encuentran mis ojos, se trata tan sólo de una pared de color amarillo, como si a propósito quisiera simular los colores de un sol que no llega a asomarse nunca en su verdadero esplendor. Yo me quedo ahí, observándola mientras me abrigan las paredes internas de mi piso. Intento buscar el cielo sacando la cabeza por la ventana pero el esfuerzo me devuelve la prolongación de la pared, que en ese momento me parece infinita.
Es increíble hasta donde es capaz de llegar la imaginación con tan solo su física presencia y el espacio vacío que separa el bloque de tres pisos donde vivo, del contiguo. Es como si pudiera ver a través de ella, como si pudiera estrechar las historias desconocidas de cada una de las personas que viven, como yo, en estos tiempos de aislamiento social. Me pregunto, ¿qué estarán haciendo en estos precisos momentos?
Mi cabeza vuelve atrás como queriendo recordar por qué estoy ahí, sentada y absorta en una pared y me pongo a pensar que hace días que puedo sentir el amanecer sin la acostumbrada presión que pone la alarma sobre mis sentidos. Es una sensación exquisita pero también extraña y contradictoria. Por un lado disfruto que mis sentidos conecten con el despertar del día, sin la obligación de poner un aviso en mi teléfono que me recuerde molesta e ininterrumpidamente que debo desplazar mi dedo índice sobre el táctil para acallar el sonido que produce. Esa es la razón por la cual, cada vez que me fastidia el tono, lo cambio; lo que por cierto, suele ser a menudo.
Por otro lado, a veces cuando despierto, me siento en el limbo. Desde que empezó la cuarentena y el caos provocado por la crisis sanitaria que ha puesto alertas mundiales sobre el COVID-19, no he dejado de pensar en lo surrealista que me parece esta situación en general. Vuelvo a ello desde mis primeras impresiones y me hace revisualizar en mi cabeza un segmento del filme ficticio surcoreano “Virus” (“The Flu”, 2013). Aunque sabemos bien que la enfermedad y la cantidad que vidas que está saldando ya hace que cumpla nuestras más horrendas pesadillas, me cuesta dejar de pensar que vivimos esa película en una segunda dimensión.
Este tiempo aislada del todo se me hace un reto, combinado con hastío algunas veces, ansiedad otras, y, ¿por qué no? también de satisfacción. 24 horas pueden parecer poco cuando se está cargado de trabajo pero también puede llegar a suponer beneficios reconfortantes como el de recuperar un hobby que no hacías desde hace mucho; o retomar aquella lectura que no habías tenido chance de terminar; incluso, pueden ser tiempos para reestablecer contactos; hablar con la familia si la tienes lejos y abrazarla si la tienes cerca; para prolongar llamadas telefónicas que embriagan el alma de placer; para escribir; hacer ejercicios; para meditar; bailar, etc. Si se piensa bien, hay muchas actividades que pueden ser aprovechadas en épocas de aislamiento social.
Lamentablemente no hay una fórmula mágica que contenga una solución para esta crisis que a todxs nos afecta, lo que hasta ahora está en nuestras manos es apegarnos al calor de lo que, para algunxs es el hogar, para otrxs, el techo. Desgraciadamente no siempre es un lugar seguro para quienes suelen escapar de la violencia dentro de sus propios hogares. También se suman las dificultades económicas acrecentadas en aquellxs que ya la estaban pasando mal antes de la crisis. Nos queda, sobre todo, cuidarnos donde quiera que estemos, es la mejor manera de poder hacer algo en estos momentos.
Trabajar desde casa puede ser un poco molesto para algunas personas y esto, sin duda alguna, lleva un proceso de adaptación. Indiscutiblemente, Internet nos está permitiendo solventar el aburrimiento de la manera más productiva y hasta de la menos productiva. Para quienes de todas formas ya es una práctica el trabajo desde casa, tampoco choca demasiado, aunque eso limite al máximo la posibilidad de compatibilizar las horas nalgas en la casa con las horas nalgas en lo que pudiera ser una biblioteca, con algo más de calor humano.
Mientras, las horas continúan su marcha y con ello el tiempo pasa. No pude evitar estar contando los días desde que empezó la cuarentena pero ahora siento que debo detenerme, que quizás deba preocuparme por vivir un poco más el presente. El futuro siempre va a ser algo incierto. Si, quisiera despertar y levantarme pensando en que era sólo una pesadilla pero ahora mismo soy demasiado consciente de que no es así. Estos son los días que nos han tocado vivir y nos toca vencerlos.
Pienso en todo mientras permanezco observando la pared, no sé cuánto tiempo ha pasado y no me importa porque ya no siento que lo estoy perdiendo. Sigo embelesada y me llevo las manos al pelo, masajeándolo ensimismada. Me alegra sentir que ya me estoy sintiendo el fuerte nacimiento de mi pelo afro, enrulado y salvaje, creciendo poco a poco, esta vez sin barreras que delimiten su libertad de expresión.
De pronto siento como un pequeño rayo de sol entra por la ventana y se me asoma en el rostro, como dándome los buenos días. Yo sonrío.