
«La calidad de la luz con la que observamos nuestras vidas tiene un efecto directo sobre la manera en que vivimos y sobre los cambios que pretendemos lograr con nuestro vivir».
Sister Outsider (Audre Lorde, 1984)
Reflexiones de una recién llegada
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Empezar de cero siempre cuesta lo mismo que cuando te preparas para subir una pendiente. Sabes lo que quieres alcanzar cuando estás en la base, pero sabes también que costará, que no será fácil. Sucede que a veces la realidad supera las expectativas y se hace todavía más duro el proceso. Pero al final te miras subiendo esa pendiente, arriesgándote en el proceso, porque al final no sabes si llegarás, solo sabes a dónde te diriges y eso es lo importante, la claridad en los objetivos. Cuando además, te sientes acompañada en el proceso, el camino, por difícil que sea, se hace más leve. Es entonces cuando te das cuenta de que pase lo que pase, el sudor que desprende tu frente habrá valido la pena. El haber dado un paso y mirar atrás observando lo avanzado, ya debería ser una satisfacción.
Es por ello que contemplarme me produce el placer de ver que todo lo que pensé que podía salir mal, al final, no era para tanto. Logré dar un paso firme que no fue en vano y gané más de lo que perdí. Podía permitirme prescindir de lo que perdí porque no fue tangible y no perdí, en todo caso gané una experiencia rica en aprendizajes de todo tipo. Ahora empieza una nueva etapa y quiero hablar sobre ello, quiero contar cómo fue que empezó y cómo se siente estar involucrado en estas nuevas etapas que constituyen la vida misma y los continuos «ahora» que, para cuando lean estas líneas, ya serán las páginas de un pasado que me gustaría regalarles.
Papá ya no está
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Ella se crio con su abuela en Ecuador, la echaba extremadamente de menos ahora que le tocó irse a vivir a Estados Unidos en la búsqueda de mejores oportunidades de vida. Su madre se fue a vivir a Colombia cuando era muy pequeña y casi toda su infancia y adolescencia echó de menos la figura materna. No había quejas, por su parte, solo que cuando alcanzó la edad de preguntarse por la distancia, por tantos besos enviados con emoticonos desde el intervalo de tiempo de un clic por medio de la red de redes en entornos digitales. Ella no lo podía entender.
Había muchas cosas que no entendía, pero la pregunta que taladraba su cabeza sin parar, una y otra vez, era por qué faltaba su padre. No lo recordaba, solo a través de fotos. Lo único que la alivianaba era pensar que se le pasaría la tristeza con el tiempo, que vivía en una zona convulsa dentro de un país violento, solo se repetía que la vida no es justa, incluso para quien llega al mundo con la sola intención de existir. Ella confiaba en que un día, al final de sus días, lo volvería a encontrar. Mucho ya se había perdido de él, muchos besos, abrazos, el calor de una mirada paterna que desconocía porque a los tres meses de haber nacido ella, a él lo mataron.
Cruzar fronteras
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Solo sabía que algún día se iría. Ya no se entendía en ese país, se sentía insegura, inquieta, tanto que a veces temía por su vida. En casa también le invadían esos pensamientos, fomentados por el hecho de que a su familia también le parecía violento vivir en un país en donde no se podía salir a la calle en la noche, mucho menos siendo mujer, en donde las violaciones pasaban a la vista pública sin la menor impunidad, en donde los disparos y asesinatos estaban a la orden del día, en donde una siente temor cada vez que sale de casa y se pregunta si podrá regresar a salvo. Todas estas olas de preocupaciones pasaban por su cabeza hasta que decidió irse con apenas dos maletas a cuestas y sin familia que la esperase en su destino.
Se fue de México con la idea de prosperar, cambiar su destino, ese que no vislumbraba con vida en su país. Ahora lleva 20 años fuera, ha construido su familia y solo ha podido regresar a sus raíces una sola vez. Su vida cambió radicalmente, con muchos altos y bajos y en el proceso, pero se siente bien consigo misma. Siente que ese que en principio fue un destino desconocido, ahora es su hogar.