Blancxs y Negrxs ¿ser o no ser?

Tomado de El País, P. Deliss (GODONG CORBIS)

Hay una verdadera batalla campal en el debate acerca de los colores de piel y por supuesto que no es nada nuevo. Tener la experiencia de vivir varios contextos, te da la posibilidad de comparar entre la postura sobre estos temas con las personas que han constituido parte de nuestro entorno social. Viviendo actualmente en un contexto tan multicultural como lo es Estados Unidos, es preciso detenerse a pensar toda la mochila cultural que cargamos de nuestros países de origen, incluso de todas aquellas experiencias que terminamos viviendo estando fuera o dentro de nuestros lugares de procedencia.

Nuestra identidad llama a la puerta de cada interacción que tenemos, es inevitable, nos influye de forma tan contundente en todos los aspectos de la vida. Desde la manera en que nos expresamos, hasta cómo se configuran nuestras maneras de pensar, todo ello va contenido en esa mochila de viaje que cargamos allá a donde vayamos. No es innata, en ella vamos guardando lo aprendido y lo vivido de esa ruta que llamamos el paso por la vida.

Y se peguntarán ¿a qué viene toda esta disertación sobre la identidad? Pues porque creo que es fundamental tenerla en cuenta porque condiciona nuestros comportamientos, actitudes, valores. La reflexión sobre ello nos aporta el conocernos mejor, y comprender a las personas con las que nos relacionamos.

Aquí busco contar mis experiencias situadas y puntos de vista, teniendo en cuenta siempre que son mis gafas, mi manera de ver aquellos acontecimientos que me llaman a la reflexión. Indagando en las cuestiones del color de la piel aquí en Estados Unidos, encuentro que, tratándose de un país multicultural, observo la existencia de una oposición latente en el discurso que guarda relación con blancos/as y negros/as, comparable con la concepción de los primeros como «ser» (lo deseable) y los segundos como el «no ser» (lo no deseable). Y lo he sentido, concretamente proveniente de buena parte de la comunidad latina con la que me relaciono actualmente.

«El ser o aspirar a ser es realzado al contraponerlo a aquello que no se es ni se desea ser. Por tanto, en la afirmación de una identidad individual o colectiva se ponen enjuego dos impulsos alternos que resultan complementarios (…) En el plano individual, la identidad se presenta como un proceso de socialización que, pasando por diversos sistemas de simbolización compleja, permiten el avance hacia la autodeterminación de un sujeto» (Yáñez, 1997, pp. 29-30). La sola idea de que percibamos como deseable las referencias de identidades normativas, nos lleva a excluir a aquello que difiere con la norma. Todos somos «SER». Mi identidad como mujer negra se define en mi capacidad de hablar y de actuar diferenciándome de los demás y permaneciendo idéntica a mí mismo, a través de mi capacidad autónoma de producción y de reconocimiento del yo, tal como lo expresa Yáñez.

En este proceso de aprender de los nuevos contextos me llamo a la reflexión de que nuestras mochilas debemos cargarlas con cosas que nos sumen, no que nos resten. Abrirnos a la posibilidad de conocer nos lleva a descubrir una naturaleza rica en personas que se muestran abiertas a aprender de otras mochilas cargadas de identidades diversas. Lamentablemente, hay otras personas que viajan con sus mochilas cerradas, sin interés de incorporar nada nuevo, de mantener sus mentalidades obstruidas hacia la apertura y espíritus negacionistas. De esas nos alejamos porque son las que restan.

Mi identidad se encuentra inevitablemente influida por el hecho de ser mujer negra, cubana, hija de Caridad, nieta de mi Congui y hermana de Saray. Todos, vínculos devenidos de una familia de mujeres y hombres negros que supieron sobreponerse a las dificultades de su contexto para salir adelante. Me encuentro también caracterizada por el hecho de ser habanera, de la periferia, de un municipio conocido como San Miguel del Padrón, barrio de cuna de vecinos que se avisan para recoger los mandados, de alguna que otra disputa pública por conflictos de familia, de carretilleros vendiendo frutas, vegetales y helado en las calles. Esa es la Cuba que recuerdo 4 años desde la última vez que respiré sus aires de cuna. El salto por la universidad también fue moldeándome a base de estudios, de lecciones aprendidas sobre comunicación, cultura, sociedad; de festivales de cultura y jornadas deportivas en las que apenas hubo lugar para una victoria, lo importante era dar la cara por la facultad. De reflexiones acerca de patriarcado, violencias, y también de identidad.

En mi mochila también se encuentra la experiencia de vivir en España, ser mujer negra, inmigrante, implicaba ser vista desde lo ajeno culturalmente, desde afuera, extranjera mientras estudiaba en la Universidad, inmigrante cuando pasé de estudios a ganarme la vida como pude, intentando hacerme un hueco en una sociedad donde la plaga del racismo se perpetúa desde el escenario político hasta en la vida cotidiana. Viviendo en Estados Unidos, ser mujer negra e inmigrante implica ser de afuera, teniendo el resguardo de generaciones de comunidades cubanas que hace mucho forman parte nativa del territorio. Viviendo en Miami es tan comprensible que una se vea casi como en casa, pero a mi me pasa que en esta casa siento que a veces no encajo. O, permítanme expresarlo mejor, mi medio ambiente exterior me transmite ideas, conceptos y comportamientos que están en disonancia con mis credos, con aquello que llevo aprendido. Inevitable es que a veces me pregunte ¿qué hago aquí?

En Estados Unidos la cuestión del color de la piel sienta una llaga profunda en la historia nacional por siglos de segregación y racismo que han vivido los/as afroamericanos/as en su propia tierra. Porque la historia de la población afroamericana no se puede desligar de siglos de esclavitud, pasando por su libertad y la institucionalización del racismo a todos los niveles. Blancos y negros son dos entes de distintiva connotación desde el lugar en que te pares a mirarlos. En España, los unos son por mayoría de adentro y los otros son por minoría de afuera. En Cuba y Estados Unidos, ambos pueden encontrarse adentro o afuera. Los tres contextos guardan como similitud la lectura de los negros son la minoría, son los desplazados en el discurso, son los marginados, en algunos casos, los protagonistas del conflicto, los excluidos, los homeless, los drogadictos, los asesinos. Blancos y negros se ven ante la dualidad binaria del ser-no ser porque así están inscritos socialmente aunque de forma invisible.

Viviendo en Estados Unidos te das cuenta de que la palabra «negro/a» está prácticamente prohibida. Entre la comunidad hispanohablante la gente se dirige a una persona negra, aduciendo un infinito número de términos para evitar tocar la manzana podrida. «Mira aquel moreno», «el mulatico», «la persona de color». En una anterior publicación explicaba por qué estoy férreamente en desacuerdo con este último. Todos y todas conformamos una amplia gama de grupos étnicos determinados por diferentes matices en nuestro color de piel.

Me incomoda especialmente cuando viene alguien a decir que una persona que a claras luces es negra, deja de serlo porque su tonalidad de piel es más clara que personas más oscuras. Queridos y queridas, ambos son personas negras y hagamos valer bien su significado, hablemos en voz alta de ello porque creo que es la única forma en la que iremos desterrando la discriminación latente en la propia enunciación de la negritud. Dicha discriminación viene condicionada por el solapamiento del término por otros políticamente correctos. En la medida en que lo afrodescendiente y todos sus derivados han ido desplazando el concepto de “negro”, para algunos académicos esto ha constituido una superación del significado colonialista que arrastra este término. El concepto negro se ha ido trasladando hacia otros que en opinión de las agendas políticas de los gobiernos resulta “políticamente correcto”, tal es el caso de lo afrodescendiente.

Para Segato, en Brasil el sujeto de las políticas de acción afirmativa no puede operar desde un término como el de afrodescendiente, sino que requieren ser enunciadas desde lo negro- y esto, en mi opinión, también aplica al caso de Cuba-, ya que “la afro-descendencia no es, en Brasil, exclusividad de las personas negras. Por eso, a pesar de que se trata de un término más elegante que “negro”, afrodescendiente no debe ser utilizado para hablar de los beneficiarios de las políticas afirmativas basadas en principios de discriminación positiva, porque afrodescendientes son la mayor parte de los brasileros “blancos”, debido a la intensa mixigenación durante siglos en razón de la demografía extremadamente desigual de las razas en el período colonial, con gran escasez de blancos” (p. 134, 2007).

Los morenos, mulatos y personas de color a quienes algunos/as se refieren, son también personas negras. El negarlo solo te hace parte de una cadena encubierta de racismo en la que también ofendes a quienes intentan luchar contra la connotación negativa de un término que define parte de nuestra identidad física. Llamemos a reivindicar su significado. Son debates necesarios no solo en las escuelas, también deben nacer en los hogares, en la educación que recibimos desde pequeños/as por parte de ese primer núcleo del que formamos parte que es la familia. Si vamos a nombrarnos con algo, que sea con nuestros nombres propios, no por nuestro color de piel. Desde nuestra definición personal, creo que es importante perderle miedo a enunciar la palabra con todas sus letras: Sí, soy NEGRA, no mulatica, no morena ni de color, SOY NEGRA, ¿y qué?

En esta disertación es menester no obviar los comentarios dirigidos a endulzar, provenientes de quienes te reconocen, ante tu propia insistencia, que eres negro/a, pero le añaden un «pero» como si estuvieran siendo benévolos con tu persona, como si estuvieran manifestando cierta gentileza al reafirmarlo, añadiendo «pero es clarita». Esto también me parece ofensivo porque el interés de endulzar ya transmite la idea de que el hablante le otorga una connotación negativa a algo que forma parte de mi identidad.

Entonces no, no me conformo, no me canso de insistir en que nuestra identidad como personas negras no debe ser disminuida. Blancos y negros, siempre son y serán parte de un SER. Me encamino a reafirmar el poder contrahegemónico del vocablo NEGRA/O porque confío en el poder del lenguaje para encarar la normalización de políticas dirigidas a legitimar privilegios y de comportamientos dirigidos a minimizar la importancia de los movimientos sociales contra el racismo.

Referencias bibliográficas

Segato, R. (2007). La nación y sus otros. Raza, etnicidad y diversidad religiosa en tiempos de políticas de la identidad. Editorial Prometeo.

Yáñez, C. C. (1997). Identidad. Aproximaciones al concepto. Revista Colombiana de Sociología – Nueva Serie – Vol. HI No. 2, pp. 27-34.

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s